Era paraguayo y se llamaba Numa Pujol ó Puyol, pero todos lo conocíamos como «El Changa». Aquel Arrecifes de los años cincuenta no tenía Terminal de ómnibus y esa función la cumplía en parte un bar ubicado frente a la plaza principal, desde donde partían o llegaban los colectivos hacia y desde ciudades vecinas. «El Changa» era precisamente quien atendía ese bar, se ocupaba de las encomiendas y de un kiosco de revistas anexo. Y ese kiosco era, en nuestra infancia (y un poquito más allá) una especie de Meca a la cual acudíamos para ver nuestras revistas de historietas preferidas, a comprarlas a veces y en otras muchas solamente a mirarlas con «la ñata contra el vidrio», expresión de neto corte tanguero que trae a mi memoria la hermosa nota que otro entusiasta cliente de aquel lugar, mi colega y amigo Bocha Porta, le dedicó en su revista Ding-Dong. La nota en cuestión se titulaba «La vidirera del Changa» y lamento no tenerla a mano ya que su reproducción hubiera suplido con creces estos renglones.
En esa vidriera o en el exibidor que estaba en la vereda se desplegaba aquella verdadera orgía de títulos que la historieta argentina ofrecía en sus años dorados, allí estarían las revistas de Codex con Pimpinela a la cabeza, Rayo Rojo y Misterix, Puño Fuerte, Lanza Brava, Poncho Negro, Rico Tipo, Patoruzito con aquel otro canillita (Tucho) que llegó a campeón, y más tarde dos títulos que nos harían descubrir otra dimensión de la historieta: Hora Cero y Frontera. Hoy en el Dia del Canillita y aunque el no lo haya sido en el sentido estricto del término, quisimos dedicarle este recuerdo al Changa, aquel tipo bonachón a cuyo nombre están asociados esos lindos recuerdos de la infancia. (C.R. Martinez)